Hoy voy a ser un poco más beligerante. Empezaré por una anécdota. Hace unos años, me reencontré con un viejo conocido, y cuando fui a darle un abrazo y un beso, me detuvo: "no me gusta besar a los hombres", fue su reacción. Mi estupor se mantuvo a raya. No presumo intenciones. Pero estuve a punto de decirle: tan inseguro estás de tu virilidad? Eso me hizo pensar, en las secretas motivaciones de nuestros actos, y en la doble moral que solemos practicar en ellos. El beso de los hombres como saludo, se ha ido normalizando; pero el protagonista de mi historia tal vez lo identificara con una pulsión libidinal vergonzante. El episodio, desde la perspectiva actual, en que precisamos tanto abrazarnos, y por qué no besarnos, parece un ejercicio del absurdo. Pero quizá él siga pensado igual. Lo interpreto como ese doble discurso moral por el que abrigamos una prevención extrema ante el juicio de los otros o una íntima duda sobre nuestra propia condición. En suma, una falta de libertad que nos condiciona decisivamente, limitada por el juicio y el preconcepto ajenos: la ominosa "cola de paja" de que hablaba Benedetti hace más de cincuenta años; para aludir a la condición aumentada hoy todavía, de una moral soterrada, de un doble discurso que nos domina en casi todas las cosas: por ejemplo, la tan mentada solidaridad del "pueblo uruguayo", nuestra voceada filantropía. Mitos que seguimos alimentando ahora más que nunca por el poder mediático de la prensa y las redes, que encubren un individualismo y mezquindad extremos. El mismo que inhibía a este hombre, por temor tal vez a que sospecharan mal de su identidad sexual. Lo que acentúa las aún más graves consecuencias del ejercicio del absurdo de mi ejemplo, cuando felizmente hemos abolido los prejuicios homofóbicos. (Los hemos abolido? Cuando subrepticiamente seguimos alimentando los mismos prejuicios, y la mirada escarnecedora y discriminante del diferente? Acaso alguno de mis lectores ha asistido a las referencias burlonas, descalcificadoras y hasta ofensivas a los homosexuales, en alguna reunión de hombres sobre todo?).
La moral colectiva
Hace menos de un año creo, un artista callejero que no era de Mercedes, y hacía sus malabarismos en Artigas y Rodó, fue expulsado de esa esquina por las denuncias de los vecinos correctos y biendurmientes, porque les molestaría el sueño o por puro chauvinismo e inquina al diferente. Poco tiempo después, ese mismo joven tuvo un fin trágico en un confuso episodio en el que varios lo golpearon y le dieron muerte, aparentemente en una acción de verdadero linchamiento. Este es uno de los episodios -no el único- más terribles de nuestra cola de paja social, de la hipocresía que rige la convivencia de nuestra "civilizada" condición. La víctima fue el chivo expiatorio de nuestra "ejemplar" normalidad y buenas costumbres. No ví ni sentí ninguna reacción ante esa verdadera tragedia. Más bien, un silencio de consentimiento tácito o complicidad colectivo: si acaso, el mismo que reinaba cuando en la ominosa época de la dictadura, muchos aplaudían entre bambalinas la prisión y la destitución laboral de tantos ciudadanos honestos, y el comentario sibilino era: "algo habrán hecho". Un estado en suma de anestesia moral y confort, insensible e insolidario. Nuestro ser social, está dominado por un individualismo rampante del "hacé la tuya". Y de figuramos que todo está bien y somos buenísimos. A Mercedes le cabría el severísimo juicio del verso de Machado sobre la España de su tiempo: "de espíritu burlón y de alma quieta".
Por enumerar sólo algunos hechos más: este miércoles se reinicia el ciclo de cine comprometido con los derechos humanos y hablará un afamado director chileno, premiado internacionalmente. Me pregunto: cuántos irán? Y quiénes? Ciertamente los de siempre, y albricias! Pero otros ciudadanos? Qué porcentaje de mercedarios concurrió a la exposición fotográfica de los desaparecidos en Casa de la cultura? Será por el mismo llamado "respeto humano" del personaje que inicia este artículo? O simplemente -tal vez peor, por indiferencia y negación? Como si preguntara cuántos visitan el memorial de los desaparecidos que orgullosa aunque dolorosamente exhibe nuestra ciudad. "De eso no se habla", como el nombre de aquella película que protagonizó Marcelo Mastroiani filmada en Colonia.
Y como todo tiene que ver con todo, continuamos alimentando nuestra conciencia complaciente, y se aprueba -y eso a nivel nacional-, a un gobierno que ha hecho un mal manejo de la pandemia que nos azota: reaccionando tarde y mal, esgrimiendo un pseudo concepto de "libertad responsable", creando cortinas de humo e implementando una política comunicacional que hace creer que somos los mejores: el mito de Maracaná. Y cargando el mayor costo financiero sobre la espalda de los trabajadores, y no sobre las empresas poderosas que lucran en perjuicio de los pobres. Otra vez: ni mejores ni filántropos. La gente está muriendo como moscas y estamos ya en el segundo peor lugar de América en el estado de los contagios. Pero eso duerme en la cola de paja de la mayoría.
Más allá de la moral
Aristóteles, en su "Ética a Nicómaco", postulaba como objetivo de la acción de cada uno la nobleza de los fines en orden al bienestar colectivo, el ideal de la "eudaimonía": un equilibrio de todos los componentes del espíritu. Eso es lo que se impondría a la conciencia de cada quien. Pero hoy, predomina -como decía sabiamente Tomás de Mattos- "un estado de felicidad degradada", un ideal de bienestar material, hedonismo anómico y disgregante. "El país de la cola de paja" ha crecido de modo exponencial. Volviendo al artista callejero, víctima absoluta: en tales términos de dramática disyuntiva está planteado el drama social y espiritual contemporáneo. Seguramente nos rasgamos las vestiduras cada vez que hay una rapiña o un homicidio en los extendidos asentamientos de Mercedes. Pero dónde están las verdaderas víctimas? La subcultura producto del "descarte", como acostumbra a decirlo el Papa Francisco, engendra estos horrores. Para el cristianismo -más allá de la moral como conjunto de reglas objetivas, e incluso de la ética como "imperativo categórico" (Kant)-, Jesús es la víctima por excelencia. Que se identificó con las víctimas del mundo. Me pregunto: cuántos católicos salen hoy de cada misa, convencidos de esto, resueltos a cambiar una sociedad de víctimas y verdugos? En suma, la verdadera libertad que revolucionariamente predica el Evangelio, trasciende toda norma objetiva: es la libertad del amor, la identificación con las víctimas y la bondad del corazón. "Ama y haz lo que quieras", dice San Agustín. No la adaptación por miedo, comodidad o costumbre, a un estado de cosas inicuo y alienante.